En este tratado, San Agustín aborda la tensión entre el ideal cristiano de castidad y la realidad del deseo humano. A partir del relato del Génesis, reflexiona sobre la concupiscencia como una consecuencia del pecado original, que afecta incluso a la unión legítima del matrimonio. Aunque reconoce el valor del matrimonio como institución divina, afirma que el deseo desordenado es una herida espiritual heredada.
El texto busca responder también a los pelagianos, que negaban la transmisión del pecado original. Agustín reafirma que la gracia es indispensable para superar la inclinación al pecado y que el matrimonio cristiano debe vivirse con una disposición espiritual elevada. Sus ideas marcaron profundamente la visión cristiana sobre el cuerpo, la sexualidad y la redención.