Esta obra, menos conocida pero profundamente simbólica, utiliza la imagen del espejo como una metáfora para referirse a la lectura espiritual de las Escrituras. San Agustín enseña que el alma que se contempla en la Palabra de Dios descubre su verdadero rostro, corrige su conducta y se transforma a imagen de Cristo.
La metáfora del espejo resalta la capacidad de la Escritura para revelar, no solo el conocimiento divino, sino también la condición humana. El texto invita a una lectura meditativa y transformadora de la Biblia, en la que el creyente se purifica y avanza en el camino de la santidad. Es un llamado a la interioridad y a la conversión continua.