Este compendio de filosofía natural atribuido a Alberto Magno busca ofrecer una síntesis clara y ordenada del saber físico medieval, fundado en la lectura cristiana de Aristóteles. El texto recorre las nociones fundamentales del mundo natural: elementos, causas, movimientos, y propiedades de los cuerpos. Lejos de ser una mera exposición didáctica, el tratado deja entrever una visión del universo como organismo viviente y jerarquizado, donde cada forma encierra una finalidad y un sentido oculto que trasciende lo visible. Las plantas, los minerales, los vientos o los ciclos celestes no son fragmentos aislados, sino partes de un gran tejido de correspondencias.
La obra se dirige tanto a estudiantes de teología como a cultivadores de la filosofía natural, mostrando cómo lo físico y lo espiritual se entrelazan en la comprensión medieval del cosmos. En su redacción se observa un equilibrio entre rigor lógico y sensibilidad simbólica. Los elementos naturales, aunque estudiados con criterios racionales, aparecen cargados de virtudes ocultas y signos que el lector debe aprender a descifrar. Esta filosofía natural no es la del laboratorio moderno, sino la de un universo animado por la intención divina, cuyas leyes visibles apenas rozan su estructura secreta.