En esta disertación, Anna Kingsford profundiza en la estructura espiritual del ser humano, especialmente en la distinción entre el ego inferior —relacionado con la personalidad pasajera— y el Ego superior o divino, que constituye la verdadera identidad eterna. Sostiene que el alma humana es un principio inmortal que desciende a la materia, y que su evolución consiste en el progresivo despertar de su conciencia divina.
Esta dualidad es clave para entender los procesos esotéricos de transmutación interior, ya que el ego personal debe ser subordinado al Yo Superior a través del sacrificio, la disciplina y la iluminación espiritual. La obra recoge también influencias de la tradición pitagórica y platónica, al sugerir que el cuerpo es una cárcel del alma, pero también su instrumento de experiencia. Por medio del conocimiento y de la pureza ética, el alma puede liberarse y retornar a su fuente original.