Henry George (1839–1897) fue un economista político, reformador social y pensador profundamente ético cuya influencia se extiende más allá del campo de la economía. Su propuesta central, conocida como Georgismo, desafió las estructuras económicas de su tiempo y propuso un nuevo paradigma basado en la equidad, la propiedad común del suelo y la justicia distributiva.
A través de su visión, George aspiraba a una sociedad más justa y libre, en la que el progreso económico no fuera privilegio de unos pocos, sino derecho de todos.
Contexto y formación de un pensamiento radical
Nacido en Filadelfia, Henry George tuvo una educación formal limitada, pero fue un ávido lector autodidacta que se formó a través de la experiencia práctica. Trabajó como tipógrafo, marinero, periodista y editor.
Estas ocupaciones lo expusieron de primera mano a las desigualdades sociales de su tiempo, especialmente en la costa oeste de los Estados Unidos, donde presenció tanto el auge del capitalismo industrial como la pobreza generalizada.
Fue en California donde sus observaciones sobre la especulación del suelo, el desempleo y el crecimiento urbano desigual lo llevaron a formular su teoría principal: el valor del suelo, al ser generado colectivamente por la sociedad, no debía ser apropiado privadamente.
Este razonamiento lo impulsó a escribir su obra fundamental Progreso y Miseria (1879), un texto que lo catapultó a la fama internacional.
Progreso y Miseria: la paradoja moderna
Progreso y Miseria se abre con una pregunta tan incisiva como actual: ¿por qué, en medio del progreso tecnológico y económico, persiste la pobreza?
A diferencia de los economistas clásicos que atribuían las desigualdades a causas naturales o morales, George indaga en las estructuras económicas mismas y encuentra una causa clara: la apropiación privada de la renta del suelo.
Para George, el avance de la civilización eleva el valor del suelo, no por mérito del propietario, sino por el crecimiento de la población, la infraestructura pública y la actividad social.
Sin embargo, este aumento de valor es capturado por terratenientes privados en forma de renta, provocando exclusión, especulación, inflación inmobiliaria y, en última instancia, pobreza.
George propuso una solución radical pero elegante: abolir todos los impuestos sobre el trabajo y la producción, y reemplazarlos por un único impuesto sobre el valor del suelo, conocido como el Single Tax.
Este impuesto devolvería al público el valor que él mismo ha generado, desincentivando la especulación y promoviendo el uso eficiente y socialmente útil del suelo.
El impuesto único: ética y eficiencia
La propuesta del impuesto único no solo era una política fiscal, sino una reforma moral. George veía en la tierra un patrimonio común de la humanidad, no algo que pudiera poseerse en exclusiva sin perjudicar a los demás. El acceso a la tierra, en su concepción, era tan fundamental como el acceso al aire o al agua.
El impuesto sobre la tierra, al ser imposible de evadir y no gravar el trabajo ni la producción, era para George la forma más justa, sencilla y efectiva de financiar al Estado. Eliminaría impuestos distorsionadores, reduciría la burocracia y liberaría las fuerzas productivas.
Además, desmantelaría el poder injusto de los terratenientes parasitarios que se enriquecían sin contribuir al bien común.
Su teoría influenció no solo a economistas, sino también a urbanistas, reformadores sociales, anarquistas individualistas y movimientos por la justicia tributaria en todo el mundo.
Humanismo político y visión espiritual
Henry George no fue un tecnócrata ni un ideólogo cerrado. Su enfoque estaba impregnado de un profundo sentido humanista y espiritual. Defendía la dignidad del trabajo, el derecho a la existencia y la igualdad moral de todos los seres humanos.
Su activismo político lo llevó a postularse como alcalde de Nueva York en 1886, en una campaña que unió trabajadores, sindicalistas y reformadores.
Sus discursos y ensayos, entre ellos La Ciencia de la Economía Política, La Propiedad del Suelo y la Justicia y La Tierra y el Hombre, abordan el papel de la conciencia en la economía y la función moral del Estado.
En ellos, George insiste en que ninguna sociedad puede llamarse libre si no garantiza el acceso equitativo a los medios de vida.
Si bien no era religioso en el sentido dogmático, su pensamiento estaba influenciado por una ética cristiana progresista, que veía en el Reino de Dios no un ideal trascendental, sino una meta social realizable.
El trabajo humano, para él, era una manifestación de la divinidad creativa, y la justicia social era un deber sagrado.
Legado global e influencia
La obra de Henry George tuvo una repercusión notable en todo el mundo. Inspiró a líderes tan diversos como Leo Tolstoi, Sun Yat-sen, Franklin D. Roosevelt y Martin Luther King Jr.
Su idea del impuesto único fue adoptada parcialmente en países como Dinamarca, Australia y Nueva Zelanda, y sigue siendo estudiada en universidades y centros de pensamiento reformista.
Los «Georgistas», como se conocen a sus seguidores, han mantenido viva su visión a través de escuelas, editoriales y movimientos ciudadanos.
En el urbanismo contemporáneo, su pensamiento ha sido retomado en debates sobre justicia habitacional, impuestos progresivos y recuperación del valor del suelo para fines sociales.
Hoy, en un mundo afectado por la especulación inmobiliaria, la desigualdad económica y la crisis ecológica, las propuestas de Henry George recuperan una nueva actualidad.
Su insistencia en que el valor colectivo de la tierra debe beneficiar a todos, y no solo a unos pocos, resuena como una advertencia y una esperanza.
Henry George murió en 1897, poco después de pronunciar un discurso apasionado en la campaña electoral de Nueva York. Su legado, sin embargo, no fue el de un político pasajero, sino el de un profeta laico de la justicia social, cuya voz sigue llamando a una reforma que aún espera ser realizada.
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El Crimen de la Miseria
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The single Tax, What it is and Why urge it
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