Este texto es una pieza emblemática dentro del pensamiento simbólico-esotérico del siglo XIX, donde se entretejen los arquetipos mitológicos con interpretaciones de corte iniciático. Se concibe al “banquete” como un estado elevado de conciencia al que sólo acceden los iniciados, es decir, aquellos que han purificado su ser y pueden participar del alimento de los dioses: el conocimiento espiritual. En esta obra, el simbolismo de los alimentos, las figuras divinas y los diálogos que se entablan entre ellas, se convierten en una metáfora del proceso interior que experimenta el alma humana en su ascenso hacia lo divino.
Se perciben referencias herméticas y neoplatónicas que permiten interpretar el banquete no como un evento literal, sino como una reunión simbólica donde lo humano se encuentra con lo celestial. Anna Kingsford utiliza estos recursos para transmitir una visión del cristianismo místico fusionado con las tradiciones de sabiduría de Oriente y Occidente. El texto es, además, un llamado al lector a participar de esa mesa espiritual, entendiendo que el verdadero festín es el de la verdad oculta detrás de los símbolos religiosos y míticos.
