Esta obra monumental es una de las más importantes de Alberto Magno en su labor como transmisor del pensamiento aristotélico al Occidente cristiano. En los Libri octo Physicorum, Alberto comenta de forma exhaustiva la Física de Aristóteles, no solo traduciéndola sino interpretándola y enriqueciéndola con observaciones propias. Se adentra en el estudio del movimiento, el tiempo, la causalidad, la materia y la forma, pero siempre dentro de un horizonte donde lo físico es reflejo de lo metafísico. Su estilo combina el rigor lógico de la escolástica con una apertura hacia lo simbólico, en la medida en que el mundo natural es visto como una manifestación de la sabiduría divina.
Para Alberto, estudiar la física no es un acto meramente académico, sino un camino hacia el conocimiento de Dios a través de sus obras. Así, conceptos como el primer motor, la causa formal o la naturaleza del cambio adquieren también una dimensión espiritual. La materia, en su potencialidad, es una imagen del alma en proceso de perfección. Esta lectura integral de la naturaleza influyó profundamente en toda la escolástica posterior y permitió que la filosofía natural se mantuviera en diálogo con la teología durante toda la Edad Media. En estos ocho libros, el lector encuentra tanto el pensamiento griego revivido como la sensibilidad mística del mundo medieval.
